Sex and Fury fue denominada junto a otras películas similares del Japón de la época, “Pinky violence”, hijas de los “Pink films” nacidos en los 60, que no eran otra cosa que porno “softcore”. Es una de esas películas que a pesar de malas, es imposible que te caigan mal. En ella se cruzaran la ladrona y espadachina interpretada por la que parece ser una maestra del genero Reiko Ike, con la sueca Christina Lindberg, que hará las veces de espía y pistolera. Ambas tendrán sus encontronazos sexuales con los diferentes personajes de la trama, pero nunca se verán involucradas sobre el mismo tatami, lo que seguro más de uno habria soñado. Como son guapas y están dispuestas, se peca, para mi gusto, de demasiadas escenas de este tipo, pero también nos enseña cosas como que los japoneses ya estaban enfermos y gustaban de atar con cadenas a las mujeres en los 70, en la era Meiji y probablemente mucho más atrás.
Envueltas en una trama resuelta de forma un poco abrupta en las que las transiciones entre escenas pueden resultar a veces muy ásperas, termina por resultar entrañable debido a sus descabellados planos, el divertido uso oriental de los colores y los contrastes entre lo épico y lo hortera. Como dato curioso, Tarantino cogió prestadas diversas cosas de Sex and Fury que podemos ver en el primero de los volúmenes de Kill Bill.
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